El Modernismo es en este principio de siglo XXI un estilo artístico valorado por los ciudadanos europeos, como demuestra el hecho de que el éxito que representó el Año Internacional Gaudí 2002 en Barcelona se haya reproducido en varios puntos del continente. No podemos citarlos todos aquí, pero los ejemplos de Nancy, con el Año Émile Gallé 2004, o Glasgow, con el Mackintosh Festival 2006, y los de Bad Nauheim y la Chaux-de-Fonds, que entre 2005 y 2006 han desarrollado una intensa actividad en torno a su patrimonio, demuestran que el interés por el Modernismo está extendido por todo el continente.
No siempre fue así. En las décadas centrales del siglo XX, reinó un gran desinterés, cuando no un desprecio, por esta tendencia artística. No hace muchos años, las facultades de arte y de arquitectura despachaban el Modernismo de forma rápida y sin demasiado interés en sus cursos, dejándolo de lado como si se tratara de algún tipo de “fiebre” pasajera fruto de la decadencia y la opulencia del fin de siècle europeo. Durante estos decenios, muchas joyas arquitectónicas del movimiento modernista fueron destruidas para dar lugar a construcciones modernas, muchas obras caudales se perdieron sin remedio.
Por este motivo, en la actualidad, cuando empezamos a recuperar la conciencia del valor artístico del legado patrimonial de finales del siglo XIX y principios del XX, es especialmente importante que aunemos esfuerzos en la protección y la mejora de estos monumentos. Ahora es el momento de asumir el reto de dar a conocer de nuevo y plenamente un patrimonio que no puede volver a perderse en la oscuridad. Ahora que encaramos con ilusión y ambición la nueva Europa del siglo XXI, la Ruta Europea del Modernismo, que Barcelona inició en el año 2000, es un proyecto para mostrar de qué modo este movimiento aglutinó la actividad cultural de una Europa que dejaba atrás el siglo XIX y se enfrentaba con ilusión y esperanza al siglo XX.