Durante siglos Sitges vivió del mar y de la exportación de cultivos (viñas). Su función como puerto del Penedès le aseguró un bienestar económico, incrementado por el comercio con ultramar, en el cual participó de un modo intenso desde que Carlos III aprobara en 1778 el decreto a favor del tráfico directo con América. Esta economía se completó en el siglo XIX con la implantación de la industria del calzado -en 1876 Joan Tarrida abrió la primera fábrica, que consiguió un gran éxito en el ámbito nacional. América, sobre todo Cuba y Puerto Rico, supuso un destino atractivo para las olas de emigrantes catalanes, incrementadas desde la década de los cuarenta. Algunos de ellos regresaron después de "hacer fortuna" en el Nuevo Continente. Los llamados "americanos" quisieron invertir en su tierra y disfrutar de un Sitges que ya entonces se transformaba en un lugar residencial y de ocio para la burguesía acomodada. A los "americanos" les gustaba hacer exhibición de signos de su exitosa aventura y uno de esos signos consistió en la construcción de grandes viviendas: casas fastuosas y originales, distintas de las habituales edificaciones neoclásicas, eclecticistas o vernáculas. Para ello los potentados recurrieron a arquitectos y maestros de obras formados en Barcelona e impregnados de las últimas tendencias.
A pesar de las complicadas e insuficientes comunicaciones terrestres, el contacto Sitges-Barcelona se estrechó a partir de 1881, año en que se inauguró la primera línea férrea. Ello permitió que el espíritu modernista circulara y no solo se incorporó formalmente en obras privadas sino también en el urbanismo. En 1880 empezó la segunda fase del ensanche, tomando como referencia la política de higiene y social que Cerdà proyectó en Barcelona. En este segundo ensanche, cerca de la estación de tren, se reúne parte de la producción modernista; el resto se dispersa por las zonas acomodadas de la vieja villa, como los alrededores de la calle Major y el paseo de la Ribera. El Modernisme de Sitges reproduce el variado panorama barcelonés; muestra desde lenguajes personales alejados de la tradición (Bodegas Güell, de Gaudí y Berenguer) y obras de un primer Modernisme anacrónico con ecos eclécticos (Casa Simó Llauradó, de G. Miret), hasta formas en sintonía con el Art Nouveau (Casa Pere Carreras, de J. Pujol), o más cercanas a las formas geométricas de la Secession (Villa Havenmann de J. Domènech i Estapà, de 1907, o Casa Bartomeu Carbonell de I. Mas, de 1913).