La presencia de aguas termales ha marcado la existencia de esta población desde su origen. El agua caliente acomodó la vida ya desde la época romana y se constató documentalmente la existencia de actividad balnearia en 1326, cuando se fundó el Hospital de Baños. El servicio termal ayudó a activar la economía del lugar, especialmente desde el siglo XIX, cuando la medicina difundió la hidroterapia como remedio preventivo y curativo. De lo sanitario se pasó al ocio y La Garriga se convirtió en lugar residencial, de estancia obligada para la élite económica e intelectual de la región. El señor Blancaflor inauguró este turismo termal con la apertura en 1840 del Balneario Blancaflor. La prosperidad del pueblo se hizo notable en el último cuarto del siglo XIX. En 1875 empezó a funcionar la vía férrea y el mismo año se construyó el paseo, de un quilómetro de longitud. El turismo de veraneo, cada vez más masivo, proveniente sobre todo de Barcelona en busca de un lugar tranquilo y refrescante, fue la causa de la modificación del perfil urbano, todavía concentrado en la antigua villa. En 1882 se aprobó el plan general de ensanche y los burgueses edificaron segundas residencias (torres de veraneo) y quisieron impregnarlas de los aires modernos y cosmopolitas de la gran ciudad para diferenciarlas de la arquitectura vernácula.
El Modernisme fue el lenguaje en boga y se introdujo de la mano de arquitectos como Emili Sala i Cortés, Antoni M. Galissà i Soqué, Josep Puig i Cadafalch, Lluís Planas i Calvet o Josep Sala i Comas. Pero fue el arquitecto municipal, Manuel Raspall i Mallol, el verdadero artífice del cambio formal del pueblo. Desde 1906 estuvo al frente de las obras municipales y hasta 1927 construyó en torno a setenta edificaciones en La Garriga y treinta más en el área del Vallès (L'Ametlla, Cardedeu, Granollers...) y Barcelona. Formado en la capital e influenciado especialmente por Domènech i Montaner y Puig i Cadafalch, edificó un total de siete manzanas -además de viviendas dispersas-, de las que se conserva en buen estado integral la conocida como la Manzana de la Concordia (en contraposición a la Manzana de la Discordia barcelonesa, en la cual compiten poéticas distintas) o Manzana Raspall. En esta manzana puede observarse su interés por los trazados tradicionales (el uso de piedra o esgrafiados) y la profusión de artes aplicadas, que basculan del diseño coup de fouet al secesionista.