Comillas es considerada una avanzada del Modernisme catalán, el lugar donde despertaron formas protomodernistas y donde se integran creativamente artes aplicadas y decorativas. El año 1881 es la fecha clave, el origen de una fiebre constructiva de iniciativa privada a favor de la innovación tanto de edificios privados como públicos. El artífice de esta iniciativa fue Antonio López López, oriundo de esta pequeña villa dedicada a la pesca. La penuria económica de su familia le obligó a buscar fortuna en el Nuevo Continente. Tras el éxito de su empresa indiana regresó y se afincó en Barcelona. Pero no quiso desvincularse de su lugar de nacimiento y decidió construirse una gran casa y optimizar la calidad de vida del pueblo.
El caudal económico de Antonio López en el campo de la navegación y en el mercantil fue conocido por todo el país. El rey Alfonso XII le nombró Marqués de Comillas (1878) como agradecimiento por haber puesto su flota al servicio del aplacamiento de la insurrección cubana. La relación entre la familia real y la noble se estrechó en 1881 cuando el rey y los suyos empezaron a veranear en Comillas. Desde ese momento, el lugar se convirtió en sede de veraneo de la aristocracia española, y Antonio López lo revistió de riqueza y modernidad gracias a sus contactos con arquitectos y artistas barceloneses de excepción.
El primer ejemplo de libertad y lucimiento fue un quiosco, diseño de Gaudí (1881), con formas bulbosas que integran minuciosas aplicaciones de vidrio, metal y cerámica. El sonido musical también conformó esta "arquitectura-arte total". Este recurso (en este caso, ventanas con mecanismo musical) lo repitió dos años después en la obra más emblemática de Comillas: El Capricho (declarado Monumento Histórico-Artístico en 1969), una gran casa construida para el cuñado de Antonio López, Máximo Díaz de Quijano. Aquí, además de un vistoso neomudéjar, llama la atención el juego de volúmenes, el original tratamiento de las artes aplicadas y el uso del ladrillo con función ornamental.
Otros arquitectos trabajaron paralelamente con lenguajes más ligados al neogótico inglés y al eclecticismo: Joan Martorell construyó la Capilla y el Palacio de Sobrellano (residencia de Antonio López); Lluís Domènech i Montaner y Cristóbal Cascante renovaron el cementerio, enclavado sobre las ruinas de una iglesia gótica; en 1883 Domènech i Montaner inició el Seminario Pontificio y Cascante, el Hospital de Comillas en 1885. El interés modernista de dichos edificios reside sobre todo en sus interiores, donde las artes decorativas (Eusebi Arnau, Josep Llimona, los Vallmitjana) y el mobiliario (Francesc Vidal) combinan la imaginería medieval con formas inspiradas en la naturaleza.