La ciudad de La Habana era a principios del siglo XX una ciudad moderna, con barrios muy bien delimitados, un centro histórico y unos ensanches donde se asentaba la nueva burguesía. La independencia política, aunque controlada por los Estados Unidos de América, justificaba un entusiasmo que se reflejó en la imagen de la capital.
La nueva capitalidad generó la creación de una arquitectura pública que adoptó, como era común en las culturas occidentales, los estilos eclécticos. Sin embargo, en la arquitectura doméstica el Art Nouveau tuvo un fuerte desarrollo. Pero deberíamos usar, más bien, el término "Modernisme", porque la influencia catalana fue muy grande -reflejo, por otro lado, de la fuerte emigración a Cuba de este colectivo desde el siglo anterior. El nuevo estilo condicionó, además, un fuerte crecimiento de las artes aplicadas locales, muchas de ellas en manos de propietarios de origen catalán.
Los nuevos ensanches o repartos de El Vedado y El Carmelo desde 1859 y, ya iniciado el siglo XX, Miramar, Country Club Park, La Playa y La Vívora, proyectaban una nueva ciudad de amplias avenidas con árboles y parques públicos que renovaron su imagen a la vez que favorecían la industria de la construcción. El nuevo estilo se adaptó con sabiduría a las tipologías de vivienda de la ciudad caribeña caracterizada por los bellos pórticos que Alejo Carpentier popularizó con el nombre de la ciudad de las columnas, pero también surgieron grandes casas unifamiliares y algunos bajos comerciales, la mayoría lamentablemente desaparecidos o en muy mal estado.
El Modernismo empezó a desarrollarse en La Habana en los últimos años de la década de 1900 y duró solo unos diez años. Fue mal aceptado por los arquitectos y maestros de obras de origen cubano, de modo que la mayoría de proyectistas -no podemos hablar de arquitectos puesto que muchos no disponían de título- eran de origen catalán, siendo los más destacados Mario Rotllant i Folcarà, Narciso Bou y Ramon Magriñà. Rotllant, por ejemplo, era escultor de formación pero realizó obras muy significativas como la Casa Gutiérrez Cano (1913) y, junto al arquitecto Ignacio de la Vega, la Masía L'Ampurdà (1919), con unos bancos que presentan una influencia muy directa del Park Güell. Entre los profesionales locales, podemos citar al maestro de obras Eugenio Dediot, autor de El Cetro de Oro (1910), una vivienda con bajos comerciales, cuyo cliente era, sin embargo, de origen catalán. La corta, aunque extraordinariamente productiva, etapa modernista termina cuando se funda el Colegio de Arquitectos de La Habana (1916), que impidió el ejercicio de todos aquellos que proyectaban sin titulación.